Las cadenas
El mundo entero ansía libertad, y aun así cada criatura está enamorada
de sus cadenas; esa es la primera paradoja y el nudo inextricable de nuestra
naturaleza.
El hombre está enamorado de los lazos del nacimiento,
por eso está atrapado en los lazos gemelos de la muerte. Estando encadenado,
aspira a liberar a su ser y a volverse maestro de sí mismo.
El hombre está enamorado del poder, por eso está
sometido a la debilidad. Pues el mundo es un mar de oleadas de fuerza que se
encuentran y arremeten continuamente unas sobre otras y aquel que quiere
cabalgar en la cresta de una ola está obligado a desvanecerse bajo el choque de
más de cientos.
El hombre está enamorado del placer, por eso debe
padecer el yugo de la pena y el dolor. Porque el deleite sin mezcla sólo existe
para el alma libre y desapasionada, pero eso que persigue el placer en el
hombre es una energía tensa que sufre y forcejea.
El hombre está
sediento de calma, pero también se desvive por las experiencias de una mente
agitada y de un corazón inquieto. Para su mente, la diversión es una fiebre y
la calma una monotonía inerte.
El hombre está enamorado de las
limitaciones de su ser físico; y, no obstante, también optaría por la libertad
de su espíritu infinito y de su alma inmortal.
Hay algo en el hombre que
siente una extraña atracción por estos contrastes; para su ser mental constituyen
el arte de vivir. Es por eso que su paladar y su curiosidad son atraídos no
sólo por el néctar, sino también por el veneno.
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