VIRTUD, PUREZA, LIBERTAD
El sol de la risa divina
La virtud se ha dedicado siempre a
suprimir cosas en la vida y si se hubieran puesto juntas
todas las virtudes de los diferentes países del mundo, quedarían muy pocas cosas en la existencia.
La virtud pretende buscar la
perfección, pero la perfección es una totalidad.
Sin embargo, los dos movimientos se
contradicen: una virtud que elimina, que reduce,
que fija límites, y una perfección que admite todo, que
no rechaza nada sino que pone cada cosa en su sitio,
no pueden evidentemente entenderse.
Tomar la vida con seriedad consiste
generalmente en dos movimientos: el primero es
dar importancia a cosas que probablemente no la
tienen, y el segundo es querer que la vida sea reducida a un
cierto número de cualidades que son consideradas como
puras y dignas de existencia. En algunos (aquellos,
por ejemplo, de los que Aurobindo habla aquí, los
«pudibundos» o los puritanos), esta virtud se vuelve seca,
árida, gris, agresiva, y encuentra faltas por todas partes, en todo lo que es alegre, libre y gozoso.
El único medio de volver la vida
perfecta (quiero decir aquí, la vida sobre la tierra,
por supuesto) es observarla desde bastante altura para
verla en su conjunto; no solamente en su totalidad presente,
sino en el conjunto del pasado, del presente y del
futuro; lo que ella ha sido, lo que ella es,
lo que ella será —hay que ser capaz de ver todo
a la vez. Porque es el único medio de poner todo en su sitio. Nada puede ser suprimido, nada debe ser suprimido, sino que cada cosa debe estar en su lugar en una armonía total con el resto. Y así, todas estas cosas que parecen tan «perversas», tan «reprensibles», tan «inaceptables» al espíritu puritano, se volverán movimientos de alegría, de
libertad y de una vía totalmente divina. Y entonces nada nos impedirá
saber, comprender, sentir y vivir esta risa maravillosa del Supremo, que tiene un gozo
infinito viéndose vivir infinitamente. ¡Esta alegría, esta risa maravillosa
que disuelve todas las sombras, todos
los dolores, todos los sufrimientos! Basta con entrar dentro de sí bastante profundamente para hallar el sol interior, dejarse bañar por él; y entonces, todo no es
sino una cascada de risa armoniosa,
luminosa, solar, que no admite ya ni sombra ni dolor (...)
Y este Sol de risa divina, está en
el centro de toda cosa, la verdad de todo —lo que hay que hacer es aprender a verlo, a sentirlo, a vivirlo.
Y por eso, evitemos a las gentes que
toman la vida en serio, que son seres bastante
molestos.
En cuanto la atmósfera se vuelve
grave, uno puede decirse que algo no va, una
influencia pesada, un viejo hábito que intenta
reafirmarse y que no debe ser aceptado.
Todos estos pesares, todos estos remordimientos; el sentido de la indignidad, el sentido de la falta, y después, un paso más y está el sentido del pecado -¡oh! es... me parece que eso pertenece a otra edad, una edad de oscuridad.
Pero todo eso que persiste, que
intenta engancharse y permanecer, todas esas
prohibiciones —y esa forma de cercenar la vida en dos: las
cosas pequeñas y las grandes, lo sagrado y lo profano,...
«¡Cómo!, dirán estas gentes que hacen profesión de llevar
una vida espiritual, para tan pequeñas cosas que tienen
tan poca importancia, ¿cómo se puede hacer eso el objeto
de una experiencia espiritual?-». Y sin embargo, es una
experiencia que se vuelve cada vez más concreta y
real, incluso materialmente: no hay «cosas» donde el
Señor esté y «cosas» donde Él no esté. El Señor está siempre allí, no se toma nada en serio, Él se divierte con todo y Él juega con vosotros, si vosotros sabéis jugar. Pero
¡cómo sabe jugar! ¡El juega muy bien! ¡A todo, también a las pequeñas cosas!
¿Hay que poner objetos sobre la mesa?
No creas que hay
que
pensar y ordenar, no, vamos a jugar: vamos a colocar eso aquí y lo otro allá, de esta manera y de la otra. Y
después, otra vez, así y asá. Qué
bello juego, tan entretenido.
Entonces, entendido, nosotros
trataremos de saber reír con el Señor.
La Madre.
Del libro El camino soleado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario